martes, 15 de octubre de 2019

«Algo para recordar»: El abismo entre conseguir y mantener

«Algo para recordar» es una de esas películas que con los años van adquiriendo una nueva belleza. Tal vez porque a medida que el año en el que se rodó va quedando atrás, se nos olvida que el mundo nunca fue como lo presenta y así es más fácil sentir nostalgia de un pasado que nunca existió.

Otro buen motivo para disfrutar más de esta película al volver a verla es saber de antemano que sus protagonistas no se encontrarán hasta el último momento de la película y, una vez que lo hagan, apenas intercambiarán unas pocas palabras. Tampoco hace falta. El encuentro en la cima del Empire State Building le da sentido a toda esa espera y ha conseguido que el edificio renueve la categoría de hito romántico a la que ascendió con «Tú y yo», a la que se homenajea repetidamente en esta película que, en palabras de su directora, no era una película sobre el amor entre dos personas, sino sobre el amor en el cine.


Tal vez la distancia que existe entre los protagonistas durante toda la película hace que el habitual interrogante que se plantea en algunas de estas historias sea aquí más pertinente. ¿Y qué pasará luego? Si fuera un cuento infantil, nos dirían que fueron felices y comieron perdices, pero en este caso, dado lo poco que saben uno del otro, es fácil dudar de que sea realmente un final feliz. ¿Realmente están destinados el uno al otro o alguno de ellos encontrará a la semana siguiente un nuevo romance que haga que esta historia les resulte trivial?

Hay un momento de la película que representr de la manera extrema al mismo tiempo el romanticismo y la volubilidad. Tom Hanks está el aeropuerto esperando en la cola de embargue y, justo cuando acaba de decirle a su hijo que la perfección no existe, aparece ella y, tras unos segundos durante los que sus ojos ni siquiera llegan a cruzarse, Tom Hanks la sigue hipnotizado por el aeropuerto. Muy romántico, sí, pero ¿qué saben el uno del otro? ¿No será tan solo un espejismo que utilizan para olvidarse sus parejas, imperfectas pero reales, que les esperan en sus ciudades?

Como ocurre en ocasiones, ambas cosas pueden ser ciertas sin excluirse entre sí. El amor probablemente sea encontrar a alguien especial en un aeropuerto al que quieres perseguir y, al mismo tiempo, es desear volver a casa a encontrarte con quién quieres. Y buscar novedades cuando ya has encontrado lo que buscabas tiene tan poco sentido como serle fiel a alguien que en realidad no te importa demasiado. Una vez más, el viejo problema de los extremos: es fácil optar por uno de ellos, lo difícil es encontrar el punto medio.

Conforme se van sucediendo las épocas, también va alternando a lo que se da prioridad y en estos años en los que consumir es cada vez más barato impera una actitud más ávida ante la vida. No es tan extraño, la vida es más fácil cuando estamos insatisfechos, porque podemos pensar que encontraremos la felicidad cuando nos hagamos con aquello que nos falta, una pareja, un trabajo mejor pagado, una nueva casa..., lo que sea que creamos que puede llenar ese vacío que llevamos dentro, lo que si bien no nos hace felices nos promete una felicidad que sentimos a nuestro alcance. Más difícil sería aceptar que ya lo tenemos todo, por que en ese caso nos veríamos obligados a asumir que ese vacío somos nosotros y que nada ni nadie vendrá a ayudarnos.

Conforme pasan los años, más tengo una sensación de desequilbrio: adoro «Algo para recordar», pero echo de menos su película simétrica, una que no trate de esa eterna búsqueda por completarnos, sino de la belleza que hay en ser feliz con lo que se tiene. Y, aunque aún parece que queda bastante tiempo durante el que el signo de los tiempos sea este, también llegará un momento en el que el individuo deje de ser tan importante como la colectividad, hasta que una vez más la tónica general vuelva a convertirse en asfixiante y, de nuevo, nos embarquemos en la búsqueda de nuestra felicidad.