miércoles, 24 de abril de 2019

Crea tu propia religión

Ser agnóstico y ser vegetariano tienen algo en común: son opciones totalmente válidas para llevar una vida plena y saludable, pero requieren cierto esfuerzo. Aunque tal vez una metáfora arquitectónica sea más ilustrativa, pertenecer a una religión establecida es como vivir en una casa prefabricada, sin muchas posibilidades de adaptarla a tu personalidad, pero con todo lo necesario para vivir, su salón, su cocina, su dormitorio y su cuarto de baño, mientras que ser agnóstico viene a ser como colocarte frente a un plano vacío y decidir si quieres construirte una cabaña, un palacio, un castillo, un palafito o cualquier otra vivienda imaginable. En cualquier caso, lo importante es que hay que hacerse preguntas y tomar decisiones que cuando aceptas la religión mayoritaria no son necesarias, pero que pueden hacer que ese aspecto de tu vida carezca de puertas, ventanas o techo si no te preocupas por ello.


Como módulo prefabricado, una religión existente plantea la ventaja de que te entrega todo lo que necesitas desde el primer momento: una serie de rituales con los que compartir con la sociedad los acontecimientos importantes  y, sobre todo, una lista de valores y principios que te guíen a la hora de decidir lo que está bien y lo que está mal, lo que es correcto y lo que no. No parece casualidad que todas las civilizaciones importantes hayan tenido siempre una religión asociada. Aunque la hayan seguido con diferentes grados de fervor y la religión haya sido más o menos abstracta, siempre han contado con ella como guía espiritual. Incluso en el plano personal, diversos estudios han demostrado que los sujetos con firmes creencias espirituales tienden a llevar una vida más longeva y satisfactoria. Y no es que porque miles de millones de seres humanos afirmen que existe un dios tenga que ser verdad, pero si les funciona para llevar una vida mejor, es un dato empírico que no debe pasarse por alto.

Los posibles beneficios de una religión son particularmente relevantes para las nuevas generaciones. Para los nacidos hace ya algunos años, la religión era algo que ni siquiera se discutía y, desde el bautizo hasta la comunión, pasando por las clases de religión, la catequesis en la parroquia y, sobre todo, las misas de los domingos, era prácticamente imposible escapar a una buena dosis de adoctrinamiento religioso. Tal vez ni siquiera era necesario prestar atención y durante aquellas misas que tan largas se hacían, a pesar del esfuerzo consciente en dirigir la atención hacia cuestiones más divertidos para un niño, las palabras que el cura leía de la biblia calaban en nuestras mentes y, aún sin desearlo, iban conformando un determinado marco de valores y creencias.

Dado el declive que han experimentado ciertas religiones en los últimos años, ese bagaje ya no está presente en muchos de los niños y jóvenes de esta época, lo cual no es necesariamente malo, pero tampoco necesariamente bueno. La religión y, sobre todo, la creencia fanática en una religión, están muchas veces en la raíz de muchos problemas, particularmente en lo relativo a la tolerancia respecto a cualquier desviación de los dogmas y el estilo de vida que predican, pero también lleva aparejada una ética que facilita la convivencia social y el desarrollo del ser humano. Por tanto, su desaparición abre un hueco que es necesario llenar de alguna otra manera, lo que nos devuelve al punto de partida: es posible lícito y puede ser hasta admirable renunciar a una religión, pero el camino no puede detenerse en ese rechazo: es necesario construir algo sobre lo que acabamos de destruir.

Como de costumbre, construir supone más esfuerzo que no hacer nada. Una vez derribadas las creencias que teníamos hay que hacerse preguntas, reflexionar para responderlas recurriendo para ello a los avances que han realizado otros que antes que nosotros se han enfrentado a los mismos interrogantes, lo cual supone una cierta labor de introspección, investigación y lectura, un trabajo que no es necesario para quien decida unirse una religión establecida y que ni siquiera tendrá que hacerse las preguntas, porque sabrá de serie las respuestas.

Aunque tal vez haya una tercera vía que no nos obligue entre crear nuestro propio sistema espiritual o acatar un culto establecido. Al igual que hay programas que nos ayudan a redactar documentos, cocinar o hacer ejercicio físico, sería posible crear una aplicación con el que desarrollar nuestro sistema espiritual aprovechando los conocimientos de los miles de santos y filósofos que nos han precedido siguiendo unos cómodos pasos y eligiendo con el ratón en qué creemos.

Por supuesto, una aplicación así no podría y debería tomarse demasiado en serio. En su forma primigenia, sería más bien parecida a uno de esos tests que antes estaban de moda para averiguar a cuál de las casas de Hogwarths pertenecíamos o con qué superhéroe teníamos más química. El nombre de la religión podría formarse aleatoriamente, como la «iglesia de las colinas sagradas» o «iglesia de los hijos de la luz». También se podría decidir si queremos que haya uno o varios mesías y profetas, si queremos que sean hombre y mujeres y si queremos adjudicarnos a nosotros mismos dicha función. Igualmente, podríamos decidir cuáles serían las festividades que celebraríamos y si queremos entronizar las obleas y el vino tinto o el mazapán y la cerveza. Todas las típicas símbolos y costumbres podrían obtenerse desordenando y reordenando lo que otras religiones han establecido antes. Al igual que con cualquier otra red social que aspire a ponerse de moda, debería ser posible convertir a otros a nuestra religión y ver las noticias sobre las religiones emergentes más populares. Pero lo verdaderamente interesante sería no detenerse ahí, sino que también fuera posible ahondar en las raíces espirituales, como cuáles son las razones por las que merece la pena vivir, qué es lo que hace que algo esté bien o esté mal y cuál es nuestro propósito, esas preguntas para las que más tarde o más temprano, necesitamos encontrar una respuesta.