miércoles, 27 de noviembre de 2019

También las redes GAN opinan sobre política


La persona que aparece encima de estas líneas no existe. No ha existido nunca nadie con estos rasgos ni posó en ningún momento de su vida en el bosque que parece sugerir el fondo que se ve. Solo es una imagen generada por ordenador mediante una sofisticada técnica de inteligencia artificial que se inventó en 2014, hace apenas cinco años. Aunque los detalles concretos son difíciles de describir y entender, la idea básica es muy simple: en lugar de crear un algoritmo que cree una imagen, se crean dos, uno que genera imágenes y otro que decide si los resultados elaborados por el primero deben descartarse o no. Además de para crear seres humanos que no existen, esta técnica se ha utilizado para crear también imágenes manga que no existen, gatos que no existen y hasta apartamentos turísticos que no existen, en este caso acompañando la imagen de una descripción, también creíble pero igualmente ficticia.

La genialidad de esta idea, crear dos agentes para hacer mejor algo de lo que podría hacer uno solo por mucho que se optimizara, no es una novedad y, entre otras posibles expresiones, la política parece emplear un procedimiento similar. Dado que ambos bandos siempre han procurado cargar de connotaciones negativas a los términos empleados para designar a sus oponentes, como ocurre con las palabras «reaccionario», «facha» o «comunista», es preferible decir que la diferencia básica, que puede rastrearse en todos los países con un gobierno elegido de varios partidos políticos, radica entre izquierda y derecha o, de manera más descriptiva, entre «conservadores» y «progresistas», según la nomenclatura a la que recurre Pedro Vallín en su libro «¡Me cago en Godard!». Y, tal como le ocurre a este autor, los integrantes de cada uno de los bandos creen hallarse en posesión de la verdad absoluta. «El conservador aún saborea pesaroso en su deficiente memoria los tomates de hace veinte años, el progresista saliva con los que se comerá esta noche.» escribe Pedro Vallín en su libro y, basta con fijarse en los dos adjetivos negativos que le regala al conservador para saber qué opción ha elegido. «El conservador aún saborea en su memoria los tomates de la última comida, el progresista fantasea ansioso con los que se comerá dentro de veinte años.». Es decir, más o menos lo mismo, pero completamente diferente.

Todos los partidos políticos proclaman tener la verdad absoluta y, según sus palabras, no habría nada mejor que concederles un gobierno continuado del país. Sin embargo, vistos desde un poco de perspectiva y por analogía con el funcionamiento de las redes GAN, ambos son igualmente necesarios. Los progresistas vienen a ser el algoritmo que propone continuamente nuevas posibilidades y los conservadores son el que decide lo que debe mantenerse y lo que puede cambiar. En este caso no se trata de crear una imagen que pase por real, sino de construir una sociedad mejor para todos. Asignarles una función diferente a cada opción política basta para convertir lo que aparentemente son concepciones antagónicas de la vida en complementarias. Tal vez incluso se pueda decir que funcionan mejor tanto mejor en cuanto que cada una se centra ciegamente en su misión: pensar que todo debe cambiar, pensar que todo debe mantenerse. Solo así, dedicándose exclusivamente a presentar argumentos que defiendan su causa, se verá beneficiada la sociedad en su conjunto de esta visión dual de la realidad. Lo único que quizá deba cambiar es un mayor respeto: nadie tiene razón ni nadie se equivoca, nadie es enviado del bien o del mal y, lo más importante desde el punto de vista práctico, es lícito decantarse en unas ocasiones por una opción y en otras por la contraria, sin que ello suponga una traición a ningún ideal, sino sencillamente que diferentes momentos exigen diferentes actuaciones.

En general, la teoría evolutiva de Darwin ha llevado a aceptar la «supervivencia del más apto» aplicándola únicamente a los individuos, en el sentido de que solo el miembro de la especie que reúna las características más adecuadas para medrar en su entorno sobrevivirá. Pero el mundo no es únicamente una suma de individuos, sino un conjunto de colectividades y una especie solo maximizará su posibilidades si es capaz de albergar en su interior una gran diversidad.

martes, 15 de octubre de 2019

«Algo para recordar»: El abismo entre conseguir y mantener

«Algo para recordar» es una de esas películas que con los años van adquiriendo una nueva belleza. Tal vez porque a medida que el año en el que se rodó va quedando atrás, se nos olvida que el mundo nunca fue como lo presenta y así es más fácil sentir nostalgia de un pasado que nunca existió.

Otro buen motivo para disfrutar más de esta película al volver a verla es saber de antemano que sus protagonistas no se encontrarán hasta el último momento de la película y, una vez que lo hagan, apenas intercambiarán unas pocas palabras. Tampoco hace falta. El encuentro en la cima del Empire State Building le da sentido a toda esa espera y ha conseguido que el edificio renueve la categoría de hito romántico a la que ascendió con «Tú y yo», a la que se homenajea repetidamente en esta película que, en palabras de su directora, no era una película sobre el amor entre dos personas, sino sobre el amor en el cine.


Tal vez la distancia que existe entre los protagonistas durante toda la película hace que el habitual interrogante que se plantea en algunas de estas historias sea aquí más pertinente. ¿Y qué pasará luego? Si fuera un cuento infantil, nos dirían que fueron felices y comieron perdices, pero en este caso, dado lo poco que saben uno del otro, es fácil dudar de que sea realmente un final feliz. ¿Realmente están destinados el uno al otro o alguno de ellos encontrará a la semana siguiente un nuevo romance que haga que esta historia les resulte trivial?

Hay un momento de la película que representr de la manera extrema al mismo tiempo el romanticismo y la volubilidad. Tom Hanks está el aeropuerto esperando en la cola de embargue y, justo cuando acaba de decirle a su hijo que la perfección no existe, aparece ella y, tras unos segundos durante los que sus ojos ni siquiera llegan a cruzarse, Tom Hanks la sigue hipnotizado por el aeropuerto. Muy romántico, sí, pero ¿qué saben el uno del otro? ¿No será tan solo un espejismo que utilizan para olvidarse sus parejas, imperfectas pero reales, que les esperan en sus ciudades?

Como ocurre en ocasiones, ambas cosas pueden ser ciertas sin excluirse entre sí. El amor probablemente sea encontrar a alguien especial en un aeropuerto al que quieres perseguir y, al mismo tiempo, es desear volver a casa a encontrarte con quién quieres. Y buscar novedades cuando ya has encontrado lo que buscabas tiene tan poco sentido como serle fiel a alguien que en realidad no te importa demasiado. Una vez más, el viejo problema de los extremos: es fácil optar por uno de ellos, lo difícil es encontrar el punto medio.

Conforme se van sucediendo las épocas, también va alternando a lo que se da prioridad y en estos años en los que consumir es cada vez más barato impera una actitud más ávida ante la vida. No es tan extraño, la vida es más fácil cuando estamos insatisfechos, porque podemos pensar que encontraremos la felicidad cuando nos hagamos con aquello que nos falta, una pareja, un trabajo mejor pagado, una nueva casa..., lo que sea que creamos que puede llenar ese vacío que llevamos dentro, lo que si bien no nos hace felices nos promete una felicidad que sentimos a nuestro alcance. Más difícil sería aceptar que ya lo tenemos todo, por que en ese caso nos veríamos obligados a asumir que ese vacío somos nosotros y que nada ni nadie vendrá a ayudarnos.

Conforme pasan los años, más tengo una sensación de desequilbrio: adoro «Algo para recordar», pero echo de menos su película simétrica, una que no trate de esa eterna búsqueda por completarnos, sino de la belleza que hay en ser feliz con lo que se tiene. Y, aunque aún parece que queda bastante tiempo durante el que el signo de los tiempos sea este, también llegará un momento en el que el individuo deje de ser tan importante como la colectividad, hasta que una vez más la tónica general vuelva a convertirse en asfixiante y, de nuevo, nos embarquemos en la búsqueda de nuestra felicidad.

lunes, 9 de septiembre de 2019

«Nueva York de un plumazo» de Mateo Sancho: Yo, yo, yo y yo

¿Es posible una novela romántica que no siga la trama habitual? Desde «Orgullo y prejuicio» hasta «Crepúsculo», pasando por «Bridget Jones» y muchas otras, es difícil encontrar una historia de amor que no siga un patrón muy sencillo: «Yo no valgo demasiado y él es maravilloso, aunque distante. Aunque parezca increíble, ya que podría tener a quien quisiera, me elige a mí entre todos. Me cuesta creerlo, pero al final somos felices». Una vez sentadas estas bases, lo diferencia a unas de otras son decorado y detalles, lo suficiente para que unas sean obras maestras y otras un desperdicio de papel, pero aún así, coinciden en lo básico.

En concreto, resulta particularmente denigrante que el protagonista siempre sienta al principio que no está al nivel de quien ama, pero una historia de amor no puede existir sin complicaciones más allá de la primera página y los problemas de autoestima, más que las fatalidades del destino, algo pasadas de moda, han demostrado ser un buen material para llenar páginas y aumentar las ventas. Así en las novelas románticas, junto con sus equivalentes cinematográficos, el protagonista pasa una buena parte del tiempo suspirando y quejándose. Y si el objeto de deseo aparenta ser  inalcanzable, mejor que mejor.


En este sentido, en «Nueva York de un plumazo», Mateo Sánchez hace un excelente trabajo al reducir los llantos al mínimo. Al protagonista nunca le da un ataque de ansiedad porque no suene el teléfono, ni porque quién le gusta se vaya con otro. En todo caso, estas situaciones se solventan con total deportividad y fundido en negro al siguiente candidato. Hasta aquí sería una propuesta fantástica para renovar el género si no fuera por un detalle, porque... ¿es que es una novela romántica? Según los canones, desde luego que no lo es y, a pesar de tener un final feliz hasta con boda triple, lo cierto es que tampoco lo parece.

El problema no está tanto en las peculiaridades de la historia que trata sino en que en ningún momento parece que haya nada tan importante para el protagonista que él mismo. En una novela romántica, el protagonista acaba esclavizado no tanto por el ser al que quiere sino por el propio concepto del amor,  que le hace aceptar el sufrimiento que le provoca la incertidumbre que le ocasiona su deseo. Tampoco se trata meramente de una cuestión literaria, muchos de quienes nos rodean tienen un anhelo que les guía la vida, ya sea tan mundano como el dinero, tan habitual como la familia o tan elevado como la ciencia o el arte. En todos estos casos hay de alguna manera un búsqueda de transcendencia más allá del propio egoísmo. Sin embargo, en esta novela, tanto el protagonista como todos los que le rodean no parecen tener ningún otro objetivo que buscar lo mejor para sí mismos. Yo, yo, yo y yo. Sin embargo, limitar los objetivos vitales a la felicidad propia, paradójicamente, no es una buena manera de alcanzar la felicidad. Aunque el libro critica este enfoque individualista, aparentemente práctico pero a la larga insatisfactorio, de la sociedad americana, no hay nada que distinga mucho al protagonista de esta historia de la ciudad deshumanizada que describe, aparte de su bagaje cultural, algo que según su experiencia vital no parece que vaya a transmitir a futuras generaciones.

Además, también queda la eterna duda que despierta cualquier propuesta de pareja gay. ¿Qué postura es la más avanzada? ¿Seguir al pie de la letra las pautas heterosexuales y dejarse fagocitar por el sistema? ¿O proponer un nuevo modelo y confirmar las antiguas sospechas de que el amor gay no es igual al heterosexual, con todos los corolarios que pueden derivarse? Dado el escaso tiempo que ha transcurrido desde la normalización de la homosexualidad, ni siquiera es posible afirmar que determinados comportamientos y actitudes sean realmente una decisión consciente y no hayan sido motivados, aunque sea de manera inconsciente, por una educación sentimental diferente. Tal vez la actitud de muchos gays ante la pareja y el sexo fuera distinta si hubieran comenzado su aprendizaje en la adolescencia en lugar de, como ha sido la norma, tener que aplazarlo hasta la llegada a la gran ciudad con la mayoría de edad. Aunque es posible incluso que esta postergación tenga un efecto positivo plazo y, más que erradicarla, lo que habría que hacer es difundirla.

Más allá de las cuestiones sobre relaciones sentimentales, sean del tipo que sean, el libro acaba siendo tal vez sin querer una advertencia sobre los faros que utilizamos actualmente para guiarnos. Nueva York ha sido durante mucho tiempo el símbolo de la modernidad, de un estilo de vida que todo el planeta quería imitar. Ahora que han pasado los años, merece la pena plantearse si en lugar de un modelo a seguir se ha convertido precisamente en ese futuro que hay que evitar a toda costa. Para empezar, pensando en algo más que uno mismo.

domingo, 25 de agosto de 2019

Pensar rápido, pensar despacio... y pensar mediante Internet.

En «Pensar rápido, pensar despacio», Daniel Kahneman describe las dos maneras de pensar que le dan título al libro: uno para situaciones que exigen una respuesta inmediata, como cuando hay un peligro cerca, y otro para situaciones en las que hay tiempo de meditar la respuesta. Los problemas surgen cuando se utiliza uno de estos modos en una situación que en la que no es tan conveniente y es que es tan inconveniente ponerse a pensar por dónde escapar cuando un tigre está a punto de abalanzarse sobre nosotros como embarcarse en una hipoteca por hemos visto un piso que nos da buenas vibraciones. En las empresas y, especialmente cuando se trata de publicidad, son muy conscientes de la existencia de estas dos maneras de pensar, por lo que intentan aprovecharlo a su favor. El objetivo es «cortocircuitar» nuestra manera de pensar de manera que tomemos decisiones de manera apresurada, actuando sobre las señales que nos hacen inclinar la balanza de manera inconsciente en un sentido o en otro.


Hay numerosos estudios que investigan sobre cómo reaccionamos en ciertas circunstancias en función de si se fomenta que utilicemos uno de estos modos o el otro. Sin embargo, tal vez no esté tan estudiado cómo influyen en las decisiones el uso que hagamos de Internet. Y es que, aunque a veces algo nos parezca tan trivial que ni siquiera se nos ocurra recurrir a este recurso, lo cierto es que Internet se ha convertido en un impresionante compendio de experiencias humanas. Muchos usuarios ya lo utilizan con regularidad para decidir los productos que compran o utilizan, pero lo cierto es que puede emplearse para prácticamente todo: cómo saber si una zapatilla de deporte me queda bien o es demasiado pequeña, cómo se pela un mango de la manera más cómoda y rápida, qué corte de pelo le queda mejor a la forma de mi cara... aunque no creamos que alguien haya dedicado una buena cantidad de tiempo a expresar sus conocimientos en la red, es bastante posible que, gracias a una cantidad cada vez mayor de contenido que hace que la búsqueda de nichos sea una de las mejores maneras de captar la atención, a alguien se le haya ocurrido ya.

Por supuesto, no es que sea una fuente de información fidedigna y fiable. En ocasiones, el posible que el redactor del contenido se equivoque de buena fe, sencillamente porque los conocimientos que cree saber están equivocados. Más grave es el caso en el que hay un interés económico sobre los consejos que se proporcionan. Una cinematográfica puede contrarrestar el aluvión de críticas negativas de su última película pagando a un batallón de redactores que difundan en la red el punto de vista que les interesa para vender su producto. Aunque la presión no tiene por qué proceder necesariamente del mundo empresarial, es posible que un determinado grupo ponga un marcha un boicot o linchamiento digital si lo consideran justo. Rizando el rizo, es posible incluso que una campaña supuestamente negativa no sea más que una manera de llamar la atención, un conflicto entre personalidades públicas puede no ser más que una manera de volverlas relevantes, especialmente si la información se gestiona de tal manera que lo que parezca una crítica sea en realidad una alabanza. Y también al revés, una alabanza minuciosamente calculada puede esconder una feroz crítica.

Aunque no es necesario desconfiar absolutamente todo lo que encontremos en Internet, una buena pregunta que podemos hacernos cada vez que nos asalte la duda es «¿Qué puede conseguir alguien si logra que me crea lo que dice?». Y, por supuesto, siempre que sea posible, contrastar la información con varias fuentes, si es posible que sean lo más diferentes posibles.

Además de ofrecer una cantidad de información que antes era impensable, Internet también despunta a la hora de ofrecerla de nuevas maneras. Gracias a la posibilidad de entrelazar los datos con programación, podemos obtener en cuestión de segundos información que antes requerían mucho más esfuerzo. Si queremos hacer una simulación de veinte hipotecas diferentes, por ejemplo, es fácil encontrar páginas que lo hagan con una precisión más que correcta. Una vez más, prácticamente todo lo que ocurra está ya ahí y, conforme continúe avanzando la inteligencia artificial, cada vez más puntos de vista que estarán a nuestra disposición puntos de vista que antes quedaban reservados a los profesionales.

Toda esta combinación de circunstancias, información amplia pero de fiabilidad poco clara, datos que van más allá del contenido genérico para personalizarse según nuestra situación, hacen que podamos pensar que Internet una nueva manera de pensar. De la misma manera que nuestras decisiones cambian cuando utilizamos nuestro motor mental rápido o lento, también las consultas a Internet pueden modificarlas, a veces para bien y también sin duda a veces para mal. Entre las aplicaciones que tendrían estos estudios sobresalen dos en particular: enseñar a los usuarios cómo emplear la red en su beneficio y, ya desde un punto de vista social, sentar las bases de unas futuras regulaciones de la red, cada vez más necesarias, que establezcan cómo deben respetarse en este nuevo ecosistema los usuarios y las empresas. A fin de cuentas, es posible que estemos ante una y revolucionaria nueva manera de pensar.

lunes, 19 de agosto de 2019

Pixel Fitness

Tal vez fue a Osmin (el instructor del programa de televisión «El método Osmin»), a quien le escuché por primera vez que los programas de entrenamiento son demasiado rígidos, ya que sí, ejercitan los músculos, pero lo hacen con movimientos mecánicos que hacen que, aunque los músculos se desarrollen, el cuerpo no gane en agilidad y flexibilidad. Animaba, por tanto, a entrenarse de manera más abierta, un poco recuperando la variedad y la diversión de los juegos de la infancia. No se trata de un enfoque completamente novedoso, ya que por ejemplo el cross-training y el entrenamiento funcional también siguen esa premisa, pero en cualquier caso es algo que no suele estar presente cuando se entrena en casa, ya la falta de tiempo, material deportivo y compañeros con los que establecer circuitos hacen que la mayoría de los entrenamientos se limiten a unos cuantos ejercicios básicos.

Aunque la falta de material deportivo y compañeros de entrenamiento son dificultades difíciles de soslayar, en todas las casas hay materiales comunes que podrían reconvertirse y utilizarse para entrenarse, como por ejemplo, botellas de agua, botes de conservas y sillas, especialmente si se combinan con otros fáciles de adquirir y guardar, como pelotas de tenis y balones. Lo importante en este caso, sería cómo unirlo todo, cómo crear en un entorno reducido una experiencia que no solo hiciera que el porcentaje de masa muscular creciera, sino que hiciera que el cuerpo sudara y recuperar una agilidad y una amplitud de los movimientos que la vida cotidiana adulta tiende a reducir.

Como hilo para articularlo todo, tal vez sería interesante utilizar un videojuego. Hace unos años ya se lanzaron varias propuestas para ejercitarse en casa, como EA Active Fitness, Mi entrenador personal y Addidas Mi Coach, que no tuvieron mucho éxito, en parte porque dependían de periféricos que pretendían monitorizar el movimiento y que, por las limitaciones de la tecnología, no funcionaban demasiado bien. Aunque había productos de una calidad más que aceptable en los que era evidente el cuidado que se había puesto para crearlos, todos fallaban estrepitosamente en lo mismo: no eran nada divertidos. Aún más, no es solo que no se esforzaran en ser divertidos, sino que daban la impresión de que pensaban de que para ser útil tenía que no ser divertido y, desaprovechando la tecnología disponible, venían a ser poco más que nuevas versiones de las clásicas cintas de vídeo de ejercicio físico. Poco a poco se abandonaron estos productos, en parte por el poco éxito que tuvieron y en parte porque los móviles pasaron a encargarse de estas tareas, lo que ha hecho que en la nueva generación de consolas no hay ni un solo programa destinado al entrenamiento físico, aparte del que se realice de manera tangencial con los juegos de realidad virtual.

Aunque gran parte de la decepción que supusieron estos juegos, como ya se ha indicado, vinieron del fracaso de la tecnología de detección de movimiento, lo cierto es que no era algo tan importante. Un espejo en el que verse y una representación clara de cómo debería realizarse el movimiento hubieran servido y hubieran permitido liberar recursos para lo realmente importante, conseguir que la experiencia sea divertida. Para ello, pueden emplearse los mismos elementos que han logrado que los juegos capten la atención de un público cada vez mayor: una historia interesante, puntuaciones, metas, objetivos, etc. Aunque la creación de un juego suele requerir una considerable inversión, para crear los gráficos, el sonido y la música, sería posible rebajarlo buscando una historia que pueda hacerse con un presupuesto razonable. Dado el auge que durante los últimos años está teniendo la estética retro, como demuestra el aluvión de consolas retro que han aterrizado en el mercado, sería posible tomar como historia de base la típica historia de héroe-contra-villano de los videojuegos de los años ochenta y noventa, empleando también esa estética pixelada que resulta fácil de hacer, especialmente si se toman como referencia los videojuegos que más éxito tuvieron en aquellos años, como Final Fight, Streets of Rage o Crime Fighters.

 
La gloriosa portada de Final Fight

En realidad, en los programas de entrenamiento físico el principal problema suele ser la motivación, ya que una vez que se desvanecen los buenos propósitos iniciales, la gente tiende a abandonar. Para que fuera una experiencia longeva, la clave estaría en la variedad. Un diseño adecuado de niveles, tal vez con elementos aleatorios que hagan que nunca haya dos experiencias iguales, podría hacer que una y otra vez se utilizara esta aplicación, especialmente si se nota una mejora física significativa. Además, sería posible añadir cada cierto tiempo  contenido adicional y, de vez en cuando, una historia radicalmente nueva, tal como están haciendo en la actualidad numerosos juegos de tipo Battle Royale.

Como ejemplo ilustrativo, la misión de un día podría consistir en infiltrarse en un laboratorio secreto para robar un peligroso virus. Para ello, habría que enfrentarse a guardias, dando puñetazos y esquivando sus golpes. También habría que deslizarse por tubos del aire acondicionado y saltar para esquivar peligrosos rayos láser, así como trasladar latas de combustible para poner en marcha el jeep en el que escaparemos del laboratorio. Y, en realidad, no hace falta que el programa controle si estamos haciendo o no lo que nos indica. Si consigue capturarnos, sencillamente lo haremos para saber cómo continúa la historia.

martes, 6 de agosto de 2019

Los sentidos de la vida

No parece que sea demasiado difícil estirar un músculo. Basta con una imagen donde un modelo nos explique la posición que tenemos que adoptar y ya está, solo hay que imitar su posición un tiempo y ya está... ¿o no?


Evidentemente, la respuesta es que no es tan fácil. Con frecuencia la propia ilustración trata de solventar las posibles dudas aportando más información, como por ejemplo, el tiempo durante el que debemos mantener el estiramiento, si debemos hacer fuerza con el cuerpo en alguna dirección y, en ocasiones, hasta la zona donde deberíamos notar la sensación de estiramiento. Pero aún con la descripción más completa, un iniciado tal vez no sepa, por ejemplo, cuándo el nivel de tensión es insuficiente, lo que hará que sea poco efectivo, y peor aún, cuándo el nivel de tensión es excesivo, en cuyo caso puede llegar a ser nocivo. Aunque tal vez no parezca real darle tantas vueltas a la ejecución de un estiramiento, cualquier profesional del fitness que se dé una vuelta por un gimnasio podrá confirmar que muchos de quienes creen estar estirándose no lo hacen correctamente y, en la mayoría de los casos, se limitan a adoptar una posición similar a la que se les ha enseñado, sin preocuparse por no notar lo que deberían.

Y si estirarse, siendo una actividad supuestamente simple, no es tan fácil como parece, asusta en las complicaciones que pueden presentar otras disciplinas más complejas. Sin salir del gimnasio, basta con trasladarse a la sala de musculación para descubrir que muchos de los se entrenan con pesas, repiten mecánicamente los ejercicios que les han enseñado sin preocuparse si notan la tensión en el hombro, el brazo, la muñeca o las articulaciones, lo que puede marcar la diferencia entre un ejercicio eficaz y una lesión. Sin embargo, más interesante aún es abandonar por completo las instalaciones deportivas y pasar a otras actividades más frecuentes y relevantes. Por ejemplo, aunque siempre se ha considerado que el éxito en los estudios está ligado directamente al número de horas que se dedican, es fácil encontrarse con alumnos que se hincan de codos sobre los libros, sin que mejore apenas su rendimiento académico, por más que redacten resúmenes y llenen las páginas de rayas de colores. Aunque estos casos suelen explicarse aludiendo a la escasa inteligencia del estudiante, tal vez no se trate tanto de una cuestión matemática, como el número de horas o el coeficiente de inteligencia, sino más bien de una cuestión de sentido, la capacidad que tienen los buenos estudiantes de centrarse en lo importante y dejar de lado lo trivial, un radar que les permita saber cuándo están asimilando información y cuándo necesitan dejar reposar los conocimientos que han adquirido. Por supuesto, es posible que esta destreza esté relacionada con la inteligencia, pero sin duda también es algo que se puede desarrollar intencionadamente. Hemos aprendido con un modelo que trata de formularlo todo en términos de palabras y números, pero que tan solo considera tangencialmente nuestra capacidad de sentir. Por lo general, se considera que dominamos un tema cuando somos capaces de verbalizarlo o, todo lo más, calcularlo, aunque no hayamos aprendido la naturaleza intrínseca de dicho tema, lo que explica por qué hay tantos alumnos brillantes que apenas saben nada de las materias en las que han logrado excelentes calificaciones.

Por supuesto, sabemos que existe esta importante zona de sombra que marca la diferencia entre el alumno brillante y el profesional experto, entre el atleta de élite y el deportista que va camino de una lesión, pero lo curioso es que solemos rendirnos y considerar que estos conocimientos que escapan a una definición precisa son algo, no sabemos qué, que solo puede adquirirse con el tiempo y a base de ensayos y errores. Sin embargo, tal vez no sea así, es posible que pueda crearse una ciencia de los sentidos, que mejore y agilice esta adquisición de destrezas, aunque sea partiendo de nuestros recursos habituales, imaǵenes, palabras y números. Ya al principio veíamos que una simple ilustración de un estiramiento podía mejorarse en gran medida buscando maneras adicionales de transmitir información. Aparte de las indicaciones ya mencionadas, por ejemplo, explicar cómo no debemos llevar a cabo un estiramiento y qué es lo que no tenemos que sentir puede ser tan instructivo como las indicaciones de lo que tenemos que hacer. En algunos casos, es posible incluso recurrir a similitudes para explicar sensaciones que son nuevas. Tal vez no pueda expresarse en palabras que se siente al realizar un estiramiento, pero indicar que tenemos que sentir cierto calor o algo que se parece al dolor, pero sin llegar a serlo, puede ser útil para ponernos en la dirección equivocada o, al menos, saber que no vamos por buen camino.

Dado que el mercado laboral evoluciona en estos momentos con mayor rapidez que nunca y no podemos confiar en las que las destrezas con las que nos iniciamos nuestro camino en el mercado laboral nos vayan a bastar para toda nuestra vida laboral, esta educación de nuestros sentidos es particularmente atractiva, ya que es una importante herramienta para conseguir convertirnos en expertos en un campo que no es el nuestro. Si bien durante mucho tiempo ha habido motivos importantes que explicaban el dominio de las palabras y los números en la enseñanza, por ejemplo la facilidad de distribución del material impreso, particularmente con pocas imágenes, el auge de los ordenadores ha hecho que, a través de los vídeos, el sonido y las experiencias virtuales, sea más fácil aprender a sentir de una manera diferente. Aunque tal vez habría que ir más allá. Aparte de aumentar nuestros conocimientos, deberíamos aprender a cultivar otras facetas, como por ejemplo, la habilidad de divertirse con un tema y la curiosidad sobre él, características que suelen compartir todos los expertos en cualquier materia y que hasta ahora se perciben más como resultados que como causas. Y es que, de la misma manera que en los albores de las matemáticas y la física, debió parecer inverosímil que alguien pudiera sistematizar el mundo de aquella manera, tal vez sea el momento de comenzar una revolución parecida, pero desde un punto de vista completamente diferente.

jueves, 6 de junio de 2019

Prueba de visualización de Gapminder

sábado, 11 de mayo de 2019

El mundo que quiso ser una novela de Julio Verne

Hay cierta división entre quienes atribuyen a Julio Verne haber anticipado diversos adelantos tecnológicos, como el submarino, el helicóptero o incluso internet, y quienes consideran que hay otros autores que merecen tal mérito. Independientemente de quién tenga razón, lo cierto es que ambos puntos de vista consideran que existe un futuro lejano pero estático que Julio Verne, o quien fuera, podía observar empleando su imaginación como si fuera un catalejo para transmitirnos su visión de lo que estaba por venir.


Tal vez parezca que estas dos opciones cubren todo el espectro de posibilidades, ya que a la pregunta de si Julio Verne fue el primero en vaticinar estos avances solo puede contestarse con un sí o con un no, lo cierto es que hay una tercera opción, que consiste en que, al plasmar sus ideas en el papel en unos libros que alcanzaron tanta difusión, se colaron en la imaginación de miles de niños, algunos de los cuales al crecer se convirtieron en investigadores y técnicos que se fijaron como meta de su vida profesional convertir en realidad lo que cuando eran niños no era más que un sueño.

No hace falta remontarse al siglo XIX para encontrar ejemplos de este tipo y, por supuesto, muchos de los sueños que ahora rondan la imaginación colectiva todavía no se han hecho realidad. Basta con acordarse de las cabinas de teletransporte de «Star Trek», la proyección holográfica de la princesa Leia en «La Guerra de las Galaxias», el patinete volador de «Regreso al futuro» o la interfaz futurista de «Minority Report», para adivinar que sin duda habrá inventores que, durante su trabajo, sueñan con hacer realidad esos avances, con la certeza de que tendrían éxito, porque esas ficciones han servido para crear un mercado para productos que aún no existen.
 
Así, cuando un autor escribe, su obra no es solo la creación literaria que recoge sus ideas, ya que si su propuesta resulta lo suficientemente atractiva, puede conseguir que el mundo entero intente parecerse un poco a lo que describe. Aunque a veces ocurre justamente lo contrario y el mundo creado por el escritor se convierte en la antítesis de lo que los seres humanos buscan, en cuyo caso su obra serviría más bien como señal de advertencia, tal como ocurre con libros como «1984» o «Un mundo feliz», que no señalan la dirección en la dirección que queremos ir, sino caminos que queremos evitar.

Este efecto no se limita al campo de la tecnología y la sociedad. Las imágenes que nos ofrece un escritor pueden servir para definir en el futuro incluso lo más íntimo, como pueden ser las relaciones humanas. Por intrascendente que pueda parecer el romance entre una humana y un vampiro de la novela «Crepúsculo», lo cierto es que su éxito ha hecho que muchos integrantes de una generación hayan pasado su adolescencia soñando con encontrar a un Edward o a una Bella, o tal vez incluso convertirse en ellos. Y lo mismo ocurre con otros roles que desempeñamos en nuestras vidas, como puede ser el de padre, hijo o amigo. Hay veces en los que un libro, una película o una obra de arte prende nuestra imaginación y nos muestra cómo querríamos que fueran nuestras relaciones.

Por tanto, el arte y el entretenimiento no son inocuos ni tampoco son expresiones expresiones inútiles del ser humano, sino un lienzo en el que cualquiera puede esbozar el futuro con el que sueña sin ningún tipo de limitación. Todo lo que se sueña puedes transformarse en un personaje, una trama o un lugar, que si resulta es suficiente hermoso y logra inspirar a los demás, acabará por convertirse en realidad. La vida tal vez no supere siempre a la ficción, sino tan solo siga sus pasos.

miércoles, 24 de abril de 2019

Crea tu propia religión

Ser agnóstico y ser vegetariano tienen algo en común: son opciones totalmente válidas para llevar una vida plena y saludable, pero requieren cierto esfuerzo. Aunque tal vez una metáfora arquitectónica sea más ilustrativa, pertenecer a una religión establecida es como vivir en una casa prefabricada, sin muchas posibilidades de adaptarla a tu personalidad, pero con todo lo necesario para vivir, su salón, su cocina, su dormitorio y su cuarto de baño, mientras que ser agnóstico viene a ser como colocarte frente a un plano vacío y decidir si quieres construirte una cabaña, un palacio, un castillo, un palafito o cualquier otra vivienda imaginable. En cualquier caso, lo importante es que hay que hacerse preguntas y tomar decisiones que cuando aceptas la religión mayoritaria no son necesarias, pero que pueden hacer que ese aspecto de tu vida carezca de puertas, ventanas o techo si no te preocupas por ello.


Como módulo prefabricado, una religión existente plantea la ventaja de que te entrega todo lo que necesitas desde el primer momento: una serie de rituales con los que compartir con la sociedad los acontecimientos importantes  y, sobre todo, una lista de valores y principios que te guíen a la hora de decidir lo que está bien y lo que está mal, lo que es correcto y lo que no. No parece casualidad que todas las civilizaciones importantes hayan tenido siempre una religión asociada. Aunque la hayan seguido con diferentes grados de fervor y la religión haya sido más o menos abstracta, siempre han contado con ella como guía espiritual. Incluso en el plano personal, diversos estudios han demostrado que los sujetos con firmes creencias espirituales tienden a llevar una vida más longeva y satisfactoria. Y no es que porque miles de millones de seres humanos afirmen que existe un dios tenga que ser verdad, pero si les funciona para llevar una vida mejor, es un dato empírico que no debe pasarse por alto.

Los posibles beneficios de una religión son particularmente relevantes para las nuevas generaciones. Para los nacidos hace ya algunos años, la religión era algo que ni siquiera se discutía y, desde el bautizo hasta la comunión, pasando por las clases de religión, la catequesis en la parroquia y, sobre todo, las misas de los domingos, era prácticamente imposible escapar a una buena dosis de adoctrinamiento religioso. Tal vez ni siquiera era necesario prestar atención y durante aquellas misas que tan largas se hacían, a pesar del esfuerzo consciente en dirigir la atención hacia cuestiones más divertidos para un niño, las palabras que el cura leía de la biblia calaban en nuestras mentes y, aún sin desearlo, iban conformando un determinado marco de valores y creencias.

Dado el declive que han experimentado ciertas religiones en los últimos años, ese bagaje ya no está presente en muchos de los niños y jóvenes de esta época, lo cual no es necesariamente malo, pero tampoco necesariamente bueno. La religión y, sobre todo, la creencia fanática en una religión, están muchas veces en la raíz de muchos problemas, particularmente en lo relativo a la tolerancia respecto a cualquier desviación de los dogmas y el estilo de vida que predican, pero también lleva aparejada una ética que facilita la convivencia social y el desarrollo del ser humano. Por tanto, su desaparición abre un hueco que es necesario llenar de alguna otra manera, lo que nos devuelve al punto de partida: es posible lícito y puede ser hasta admirable renunciar a una religión, pero el camino no puede detenerse en ese rechazo: es necesario construir algo sobre lo que acabamos de destruir.

Como de costumbre, construir supone más esfuerzo que no hacer nada. Una vez derribadas las creencias que teníamos hay que hacerse preguntas, reflexionar para responderlas recurriendo para ello a los avances que han realizado otros que antes que nosotros se han enfrentado a los mismos interrogantes, lo cual supone una cierta labor de introspección, investigación y lectura, un trabajo que no es necesario para quien decida unirse una religión establecida y que ni siquiera tendrá que hacerse las preguntas, porque sabrá de serie las respuestas.

Aunque tal vez haya una tercera vía que no nos obligue entre crear nuestro propio sistema espiritual o acatar un culto establecido. Al igual que hay programas que nos ayudan a redactar documentos, cocinar o hacer ejercicio físico, sería posible crear una aplicación con el que desarrollar nuestro sistema espiritual aprovechando los conocimientos de los miles de santos y filósofos que nos han precedido siguiendo unos cómodos pasos y eligiendo con el ratón en qué creemos.

Por supuesto, una aplicación así no podría y debería tomarse demasiado en serio. En su forma primigenia, sería más bien parecida a uno de esos tests que antes estaban de moda para averiguar a cuál de las casas de Hogwarths pertenecíamos o con qué superhéroe teníamos más química. El nombre de la religión podría formarse aleatoriamente, como la «iglesia de las colinas sagradas» o «iglesia de los hijos de la luz». También se podría decidir si queremos que haya uno o varios mesías y profetas, si queremos que sean hombre y mujeres y si queremos adjudicarnos a nosotros mismos dicha función. Igualmente, podríamos decidir cuáles serían las festividades que celebraríamos y si queremos entronizar las obleas y el vino tinto o el mazapán y la cerveza. Todas las típicas símbolos y costumbres podrían obtenerse desordenando y reordenando lo que otras religiones han establecido antes. Al igual que con cualquier otra red social que aspire a ponerse de moda, debería ser posible convertir a otros a nuestra religión y ver las noticias sobre las religiones emergentes más populares. Pero lo verdaderamente interesante sería no detenerse ahí, sino que también fuera posible ahondar en las raíces espirituales, como cuáles son las razones por las que merece la pena vivir, qué es lo que hace que algo esté bien o esté mal y cuál es nuestro propósito, esas preguntas para las que más tarde o más temprano, necesitamos encontrar una respuesta.